lunes, 10 de octubre de 2022

¡¡¡AY, LOS WESTERNS!!!

WESTERNS

No conozco a un solo hombre al que no le gusten las películas de vaqueros. Alguno habrá, no digo que no, pero yo no lo conozco. No sé los motivos de este gusto tan masculinamente peculiar, la verdad. 

¿Será porque los cowboys siempre tienen la pistola a punto?¿Será porque no se bañan casi nunca? ¿Porque viven o en el bar o encima de un caballo? 


No sé, la verdad, pero basta que salga una peli de vaqueros en un canal de la tele para que, indefectiblemente, el chico que ha estado mareando con el mando buscando ansiosamente un canal, se plante. Da igual que la peli esté empezada, que sea un western clásico o una versión crepuscular, que date del año de la pera o sea la última sensación de los Óscars, que sea de culto, o de serie B. Da igual que los actores sean afamadas estrellas o sean figurantes de Almería que han aprovechado la oportunidad de su vida. No importa que los apaches no sean creíbles, que el Séptimo de Michigan luzca un uniforme de penoso saldo, o que los paisajes sean rocas de cartón piedra y arbustos secos. 


No importa. Hay que verla. Deben quitar algún carnet si no la ven.

Si hay un duelo con colt, un matojo rodante, una estrella de sheriff, una traqueteante diligencia, una melodía con silbidito, alguien con un rifle apostado en un tejado, un borracho arrojado al barro desde el saloon o unos pistoleros a sueldo, no se hable más: hay que verla

Cuantos más hombres mugrientos, mejor. Sí, de esos que solo se bañan de ciento a viento con el agua que les trae en jarras humeantes la chica con moño del salón. Esos tipos muy bizarros que no se saben sacar las botas solos, con la pistola siempre a punto y el gatillo presto a hacer bailar al infeliz de turno disparándole a los pies, esos cowboys que solo beben cerveza caliente o whiskey en vasos pequeños de dudosa higiene, -porque a ver, ¿habéis visto algún grifo en un bar del oeste?. Esos hombres recios, esos mismos que amedrentan siempre al pobre que pide una zarzaparrilla, a los del póker, -que no sé por qué motivo peregrino van a jugar allá si saben que siempre pasa lo que pasa-, o al cronista con sombrero bombín que escribe para una publicación sobre el pistolero legendario, y que está más perdido entre tanta testosterona que el de la zarzaparrilla. Se animan sobremanera cuando ya se acercan en el metraje los diálogos camorristas y los vasos de whiskey deslizándose pendencieros por la barra, preámbulo seguro de tiros, puñetazos o rotura del espejo de detrás de la barra, que siempre resulta ser el clímax de la trifulca. También suele haber bastante excitación si el ganado del perdonavidas rico irrumpe en las tierras en litigio del granjero viudo padre de tres niños polvorientos, y cuando el sheriff se ajusta el sombrero y comprueba el estado de sus pistoleras para poner orden. Y el éxtasis ya sobreviene cuando bajo un sol de justicia se desarrolla el duelo en el meridiano del día o cuando en medio de la balasera nocturna se rompe el cielo y cae más agua que en el entierro de Zafra. 


Frente a toda esta épica, que salgan féminas en la película importa bien poco, a no ser que se trate de "Caravana de mujeres", claro. Si no salen, no pasa nada, pero si salen, se clasificarán invariablemente en chicas de saloon o madres amorosas con toquilla comprando en el colmado. Bueno, también puede salir una maestra, que a veces es una mezcla de las otras dos. 


En fin, con todos estos ingredientes y unos cuantos más que me dejo para no hacer prolija la reflexión, se ha conseguido –ahí es nada-, crear todo un género de cine.

Género masculino, por supuesto. Como las de guerra. 

Pero de esas hablaremos otro día.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Xuliiii, tata!

Anónimo dijo...

Incorporé el matojo, la barra y el póker😄😄😄Muchas gracias tata!!!