viernes, 8 de febrero de 2019

HOTELES 2



Al recorrido anterior por la geografía hotelera mundial me gustaría añadir ahora el apartamento del último viaje a Buenos Aires....Viste.

Unas buenas puntuaciones y unos comentarios excelentes nos decidieron a reservar un céntrico apartamento para nuestra estancia de una semana en la capital porteña.
Independientemente de que la adversidad que supone llegar a una ciudad desconocida de noche, sin haber dormido nada durante las doce horas del vuelo, y con una lluvia torrencial sobre nuestras cabezas no invita al entusiasmo precisamente, la verdad es que el desencanto se apoderó de nosotras cuando desembarcamos  -nunca tan bien dicho habida cuenta de mar que rodeaba el taxi-, en el hall del edificio de los apartamentos en cuestión. Un hall bonito en una finca regia, ciertamente, pero en el que como único elemento de bienvenida -y mal presagio, todo hay que decirlo-, lo que encontramos fue una solitaria mesita, con una libreta abierta con vicisitudes de los apartamentos escritas con letra picuda.


-Eoooo!! Hay alguien ahí? -Dijeron las dos turistas mojadas como gallinas ante la frialdad del recibimiento.
Sí, por cierto.  Había alguien allí.  Del fondo salió Pedro, el conserje, dispuesto a entretenernos durante el tiempo que tardase el encargado del apartamento en llegar al edificio. 
Tras las consabidas preguntas relacionadas con nuestro origen, vínculo, motivo del viaje y todas las cuestiones necesarias para situarse –situarse él, claro está, porque sólo nos dejó abrir la boca para responder-, pasó a hablarnos sobre las diversas y variadas incidencias meteorológicas de los últimos decenios en la ciudad de Buenos Aires, sobre la necesaria hermandad entre los pueblos, sobre la apremiante situación económico-laboral del país, para acabar con una surrealista teoría que no venía a cuento sobre las diferencias existentes entre los negros de piel –y curiosamente se señalaba él como ejemplo, aunque era más blanco que yo-, y los negros de corazón. (¿!)
Toda la ampulosidad de la que hacía gala Pedro el conferenciante, y así como estábamos, de noche, mojadas como sopas, sin mediar palabra, sin cenar, sin dormir, mi hermana con un gracioso sombrerito de lluvia, yo con mi maraña de pelo chorreando, y en medio del vestíbulo de un edificio del Microcentro porteño,  le daba a la escena unos visos disparatados que me pusieron en alerta y me recordaron peligrosamente a situaciones vividas en alojamientos rocambolescos. 

-Mucho me temo que este apartamento no va a tener esa puntuación tan excelente– le dijo una turista a la otra.
-Me temo que no –le contestó la otra chorreando.

Por fin llegó el encargado, simpático, amable, disculpándose por su tardanza y echándole la culpa al diluvio. Nosotras le perdonamos todo a nuestro salvador, faltaría más, que no sólo había zanjado las disertaciones del señor portero, sino que nos iba a llevar a nuestro maravilloso apartamento en el que podríamos satisfacer nuestra necesidad primaria de secarnos y nuestra necesidad secundaria de todo lo demás.
Pero la realidad en Buenos Aires es la que es, y el encargado hablaba tanto o más que el portero, y mientras salíamos del ascensor dándonos ya toda la información de golpe, sin anestesia ni nada, vi con inquietud que abandonábamos la bonita escalera principal para adentrarnos por un pasillito que me recordó peligrosamente a un hotel en Londres donde me instalaron en las catacumbas.
Con la mosca ya detrás de la oreja, pasamos por fin a nuestro apartamento. 
Mmmm….vamos a ver cómo lo explico sin dejarme llevar por el momento: digamos que estaba limpio aunque era vetusto.  Digamos que tenía ventana, aunque daba a un patio de luces estrecho y oscuro.  Digamos que parecía más o menos cómodo, aunque triste. Digamos, por no hacer sangre, que el fotógrafo del anuncio había hecho un gran trabajo.
El encargado se fue dándonos las instrucciones necesarias, quedando para cobrar al día siguiente en una sobresaliente demostración de confianza, y allí nos quedamos resignadas.  No era lo que esperábamos. Ni por los comentarios y las puntuaciones del resto de clientes, ni por las fotos, ni por nada.  Debía ser el único apartamento chungo del edificio. Pero en fin, era de noche, estábamos cansadísimas, llovía a mares… Seguro que al día siguiente lo veríamos mejor. Y nos dispusimos a dormir, sin cenar ni nada.
Y mira tú por dónde que nada más acostarnos, allá a las 11 y media de la noche, comienza una música ensordecedora,  un apocalipsis total en la voz de Maluma que subía por aquel patio de luces que, sería oscuro, pero tenía unas condiciones acústicas de sala de conciertos.
“Y si con otro pasas el rato🎶
Vamo’ a ser feliz, vamo’ a ser feliz
Felices los 4
Yo te acepto el trato
Y lo hacemos otro rato
Y lo hacemos otro rato
Y lo hacemos otro rato
Y lo hacemos otro rato (alright, alright baby)
Felices los 4….🎶🎶🎶
¿Los 4? Allá abajo estaban por lo menos los cien mil hijos de San Luis dándole a la salsa,  dispuestos a hacer, otro rato y otro y otro, lo que fuera que estuvieran haciendo con un escándalo infernal. Aquello era cómo diría ...un “quilombo regio”, ya que estábamos en Buenos Aires. 
A “Felices los 4” le siguieron Mala mía, La temperatura, Despacito, Traicionera y toda una serie de rítmicos temas bailables coreados por los fiesteros con manifiesto jolgorio. “Armando el pedo”, ya que seguíamos en Buenos Aires. No es que hubiera ruido que impidiera el descanso, es que parecía que teníamos a Maluma, Luis Fonsi, Daddy Yankee y a toda la muchedumbre que los coreaba a los pies de la cama. Eso por no hablar del tipo de música elegida para la bulla, que era un auténtico suplicio.
El encargado nos había dado su teléfono por si había alguna incidencia.  Bueno, estaba claro que aquello era una incidencia, por no decir una verdadera pesadilla. Rápidamente y para documentar fielmente mi queja, grabé por el patio de luces con el móvil el cataclismo del piso de abajo, y le envié el vídeo por whatsapp junto con una queja sobre el ruido ensordecedor que nos impedía descansar. Su respuesta y la de la otra encargada de los apartamentos no se hizo esperar, lamentando mucho la situación.  Se disculparon diciendo que los viernes y los sábados en Buenos Aires era frecuente que en las casas hubiera “alguna reunión”.  Sí claro, desde luego: en Buenos Aires, en Barcelona y en Sebastopol.  Pero es que aquello no era una reunión, era la gala de los Grammy latinos en todos sus decibelios, una jarana de padre y muy señor mío. ¡Y sólo era viernes! Por lo visto nos exponíamos a que en la noche del sábado hubiera también “alguna otra reunión” parecida!  .
En fin, la suerte estaba echada.  Ya no teníamos edad de bajar y unirnos a la fiesta, así que reservamos online una habitación en un hotel cercano a la Plaza de Mayo con la firme decisión de no pasar ni una noche más en aquel boliche jaranero en el que el quilombo continuó más allá de las dos de la madrugada..
Comunicamos a los encargados que al día siguiente nos iríamos y la verdad es que dieron excelentes muestras de comprensión y amabilidad, aceptando que nos fuéramos al día siguiente a pesar de que la reserva era de toda la semana. E incluso no nos quisieron cobrar. 
Pero pagando la noche que habíamos estado de fiesta, a la mañana siguiente nos fuimos al hotel, en el que la habitación era preciosa y soleada, en la que las ventanas daban a un parque,  y en el que al único que oímos cantar durante toda la semana, fue a un pájaro al que acabamos llamando Matías.