domingo, 7 de marzo de 2021

COSAS DE OJOS


Diría que soy miope desde que tengo memoria.  Sí, ya sé, suena un poco exagerado, pero lo cierto es que me llevaron al oculista a tierna edad porque mis padres y mis maestras sospecharon que esa expresión gatuna de achinar continuamente los ojos no podía ser solo simpatía, y de golpe salí del oftalmólogo con 3 dioptrías en cada ojo. Y como en aquellos tiempos no había cristales reductores, ni orgánicos, ni ninguno de los solidarios avances ópticos actuales, también salí por el mismo precio con aquello de “cuatro ojos” y “culovaso”.  Digamos pues que tengo una miopía de alcurnia, antigua, perpetrada por unos cuantos genes dominantes y  unas precoces e insistentes lecturas a media luz las dos, la miopía y yo, y que ha ido evolucionando hasta conseguir la bonita cantidad de OD 6,5 y OI 7,75.  Eso sólo de miopía, porque, luego, viendo el terreno abonado y buena disposición ocular, el astigmatismo y la presbicia también se sumaron a la fiesta de conos y bastones, haciendo de mi graduación ocular un festival numérico. Mi suerte, certus est, fue la aparición de las lentillas, el uso de las cuales abracé agradecida a los 18 años como un regalo de los dioses, dejando solo lo de cuatro ojos para la intimidad de casa y pijama.

Y tengo que decir que con las lentillas me fue bastante bien durante muchos años.  Nadie sospechaba la miope que llevo dentro, y todo era miel sobre hojuelas, con salvedades puntuales:  irritaciones y sequedades debidas más bien a mi mala costumbre de dormir con ellas puestas en noches moviditas;  repetidas e intempestivas pérdidas de líquido y recipiente en trenes de medio mundo o  sumatorios de dioptrías por poner las dos en el mismo ojo… En fin, menudencias perfectamente asumibles a cambio de esquivar el temido culovaso.

Pero lo que yo no sabía es que los miopes de alta graduación tenemos una alta probabilidad de desarrollar estrabismo … y hete aquí, que los últimos seis años he añadido esta afección a mi particular catálogo oftalmológico.  Y eso, señoras y señores míos, lo del estrabismo, no hay lentilla que lo disimule.


 Todo empezó una noche en un concierto, -sí, como la canción-, donde súbitamente comencé a ver doble.  Tocaba una banda, para más inri, y de repente no os podéis imaginar la de gente que hubo en el escenario.  En otros tiempos hubiera pensado que me había pasado con los cubatas, pero no era el caso. Pestañeaba y pestañeaba, pero ahí seguían los cien mil hijos de San Luis a todo ritmo. Fue solo durante un momento… pero fue el primero de muchos.

Porque luego vino aquello de estar en clase y dirigirme con la mirada a un alumno para decirle: -venga, sal a la pizarra, y acto seguido tres o cuatro preguntarme:- Yo, profe? -Yo? -Yo?

Más tarde, el ridículo en los restaurantes de echar el agua en el vaso inexistente,  o parecer por la calle perpetuamente el Gegant del Pi intentando mirarlo todo de frente para que nadie notara el ojo estrábico.

¡Y ya ni os explico lo que era mirar un partido del Barça! Cuarenta y cuatro tíos desplazándose y haciéndose sitio en 32 pulgadas …Una locura.  Los goles también se  duplicaban…  pero bueno,  eso no era por el estrabismo, era antes y por otros motivos.

En fin, que yo que esperaba ser una dulce ancianita de mirada todavía vivaracha, de repente me vi con gafas de culovaso otra vez,  y de doble “culovaso” por cierto, porque el estrabismo es lo que tiene, que todo lo duplica, y el grosor de los cristales, también. Así que ahora, cómo sería aquello… ¿“ocho ojos”?  ¡Ay, de mí!

Así que después de un viacrucis de ejercicios optométricos en los que el pajarito no se metía en la jaula ni a la de tres, y de todo un sortilegio de gafas con añadidos imantados simulando gafas de sol, me decidí por la intervención quirúrgica para reconducir el desvarío de mi ojo izquierdo, que ya a esas alturas hacía lo que le daba la gana. 

Y aquí me tenéis ahora, como amortajada de cuello a pies con una manta quirúrgica que me imposibilita cualquier movimiento y por supuesto cualquier último amago de huída, y con la cabeza tapada excepto el ojo operable, cual triste Polifemo invidente. En dicha tesitura como comprenderéis, solo te queda rezar si sabes, y confiar en la pericia de los cirujanos.

Aunque, no os vayáis a pensar que todo son nervios, miedos y desconfianzas. También me entretengo para pasar el rato con nimiedades y tonterías que no dejan de ocurrírseme en la mesa de operaciones, no sé si debido a la sedación o a mi proverbial frivolidad. Primero intento adivinar si esos susurros que oigo son en catalán o en castellano para concluir que es un idioma desconocido para mí, debe ser el idioma de los cirujanos, lleno de puntos. Sobre todo, de puntos. También  pienso en que los patucos me deben tapar el agujero que he descubierto en los calcetines al desvestirme, cosa que me alegra sobremanera, porque a ver si se van a pensar que están operando a una mindundi. Más tarde intento averiguar cuánta gente hay a mi alrededor y por qué meten tanto follón, y luego me pregunto cuán cerca deben estar los cirujanos para operar esos músculos tan diminutos, y si deben darse cuenta de lo peluda que soy, porque yo pierdo mucho en los primeros planos. En fin, con estas y otras tonterías similares transcurre mi paso por la mesa de operaciones, cuando de pronto oigo y entiendo perfectamente que dicen:- Nosotros de aquí casi estamos.  ¿Está preparado el siguiente paciente? -Mira, ya vuelven a hablar como personas normales, me digo.  Y me alegro de que quede tan poco para acabar, y de que sea otro paciente y no yo al que aprisionen en la mesa de operaciones.

  

Así que sí, poco a poco me van incorporando, me sientan en una silla de ruedas y abandono el quirófano con un pedazo de parche en el ojo cual feroz bucanera, prueba y trofeo de mi valentía, mientras el enfermero que me lleva se empeña en llamarme Mari Carmen. Yo ni le discuto, bastante tengo con aparentar dignidad entre la bata, el gorro, el parche, la mascarilla, los calcetines, los patucos y un solo ojo con 6,5 dioptrías intentando ver el mundo hospitalario. Y ya cerca de los box veo una figura borrosa en uno de ellos.  Gorro, gafas, bata quirúrgica, patucos, mascarilla… Pienso: - mira, pobre, este debe ser el siguiente. Pero de repente, el enfermero al grito de -Ya estamos, Mari Carmen, me deja en la silla de al lado de la figura borrosa, que me escudriña insistentemente. Y en el feliz acercamiento me doy cuenta de que no es un paciente, de que es mi Joan  que, vestido para la ocasión, tampoco me había reconocido por el único ojo que me asomaba; y en un frufrú de gorros, batas y mascarillas, nos abrazamos quirúrgicamente con gran alborozo, mientras el enfermero yéndose a buscar a otro estrábico me dice: - Muy bien, Mari Carmen.

martes, 26 de enero de 2021

L'Estel Ferit

La artista alemana Rebecca Horn creó la escultura L'Estel Ferit, y desde el año 1992 forma parte de la Playa de San Miguel en la Barceloneta.
Es la representación de una cometa? De un vórtex? De un cometa?
Diferentes interpretaciones se han dado a los cubos de la escultura. Una de las más aceptadas es que representan los míticos chiringuitos que antes poblaban la línea marítima de la Barceloneta. Otra es que representan los "cuartos de piso" del barrio, los pisos de 30 m2 surgidos a finales del siglo XIX. Siempre me ha gustado esta escultura y los juegos de luz que hace con el sol durante las diferentes horas del día. Una estrella jugando con una cometa.

domingo, 17 de enero de 2021

"LOS PIBES DEL PLAYÓN

Los Pibes del Playón es una cooperativa de trabajo que elabora productos alimenticios, los deliciosos "aljafores", y tiene un proyecto social y recreativo para los niños, jóvenes y adolescentes del barrio de la Boca de Buenos Aires. El inicio de sus actividades recreativas con adolescentes del barrio, fue a finales de los 90.
En nuestra visita a Boca y a su inolvidable Caminito tuve ocasión de tomar esta fotografía con este grafiti lleno de color y un pibe jugando al fútbol, una de las pasiones argentinas.