"Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes."
(Konstantinos Kavafis)
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes."
(Konstantinos Kavafis)
Ítaca como metáfora de viaje, como deseo de reencontrar el hogar, el amor, el recuerdo, lo amado, lo perdido. Ítaca como meta, como recorrido entre agrestes adversidades para salir con una victoria largamente esperada. Ítaca como propósito, como lucha esperanzada, como viaje delicioso ple d'aventures, ple de coneixences", como símbolo de libertad, de experiencia y de reconfortante futuro... ÍTACA.
En esta entrada intercalaré junto a las fotografías algún pequeño fragmento de la Odisea, intentando que este post vaya un poco más allá de la descripción, porque Ítaca es un lugar mítico, una isla que anida poéticamente en el imaginario colectivo desde que Homero creara a su Ulises, su Odiseo vencedor de Cíclopes, enamorado de Penélope, glorioso padre de Telémaco, viajero valiente e ilustre.
Y porque to@s al decir Ítaca evocamos nuestros sueños.
Es muy pronto todavía cuando el ferry de Sami alcanza la costa de Ítaca. Una costa en la que los olivos llegan al mar y el paisaje huele a pino y encina. Los impactantes azules estrenan orgullosamente el día y todo en la isla parece despertarse. Hemos pasado el coche desde Cefalonia -bajo su responsabilidad, te dicen siempre en el rent-a-car- y bajo nuestra responsabilidad nos dirigimos hacia Stavros, uno de los pequeños pueblos de la isla.
Café sí, que no falte, y quizá alguna dulce delicia griega que se parece mucho, pero mucho, a los baclavas turcos.
La principal carretera que lleva hasta los preciosos pueblos de Ítaca se hace con parsimonia, disfrutando de cada curva y de la visión de cada pequeña cala, porque aquí no hay grandes playas de arena, como tampoco estridencias turísticas. Las calitas de guijarros, de agua cristalina invitan al baño solitario. En Ítaca existe una discreta tranquilidad y quien viene aquí queda contagiado enseguida por ella.
No hay alboroto en las pequeñas localidades de Lefki, Friskes y Kioni. El mar brilla, el verde le da el contrapunto, las barquitas de pesca se reflejan en un azul limpísimo, las típicas casas jónicas de tejados rojos dispuestas en anfiteatro miran al mar y, aunque seguramente han cambiado bastante en los últimos años, se aprecia una planificación del turismo respetuosa, con buen gusto y sentido común. ¡Qué envidia le deben tener tantos lugares de la Mediterránea!
Después de pasear y recorrer estos deliciosos pueblos, Vathy, la capital de la isla, nos da la bienvenida desde su impresionante bahía que constituye uno de los puertos naturales más grandes de Europa. El conjunto es realmente armónico. No en vano hay una estricta regulación arquitectónica que, con buen criterio, impide variar el estilo o la coloración de los edificios.
La bahía de Vathy con la pequeña isla de Lazareto en medio |
El centro de Vathy luce animado, con sus tabernas, cafés y pequeñas tiendas instaladas en sus casitas de colores. Hay turistas, sí. Seguramente muchos más que hace unos años. Y muchas más barcas de recreo. Pero no hay motos de agua, ni franquicias, ni atracciones turísticas ruidosas. La atracción turística es Vathy misma, la isla misma, sus rincones, sus playas como Gedaki, Filiatro, Dexia, Friskes... sus senderos y caminos, sus calas escondidas, sus bosques y los olivos que llegan al mar. Me la imagino sin embargo en primavera. O en otoño. Cuando ni siquiera esos "menos turistas que en otros lugares" estuvieran. Me la imagino solitaria, adormecida, legendaria, como en una foto antigua.
Maria Soultatou, la cantante cretense, canta una bella canción mientras entramos por la pequeña carretera a la profunda bahía de Vathi. Su canción habla de Ítaca, de Lestrigones y Cíclopes, de esos que no encontraremos si no los llevamos dentro de nuestra alma según dice el poema de Kavafis. Bueno, no sé qué le diga, Konstantinos. A veces los Cíclopes son perversos y muy astutos, y asustan y cogen de improviso a las mejores almas. Pero bueno, seguro que aquí en Ítaca estamos a salvo. No cabe imaginarse Lestrigones en este maravilloso escenario verde y azul.
El Restaurante Café Porto está casi en el extremo de la bahía, lejos del centro. Quizá por eso los parroquianos son del país. No me he fijado en la marca de su cerveza, pero seguro que su nombre nos remite al Olimpo y están dando buena cuenta de una Mythos, una Aris, quizá una Zeus... Nos dejamos seducir por los manjares y el vino, mientras la fonética griega, curiosamente familiar, llena el local, y las persianas de caña pintadas de blanco tamizan el sol que afuera cae implacable. Dulcísima sandía y unos ouzos. Siempre va bien un "digestivo" llegados a este punto.
Tanto, que una vez Lord Byron pensó en comprarla.
YÁSAS!!!
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