jueves, 21 de noviembre de 2019

REGALOS DE BODA Y PEIXE SECO


Parece que hoy la niebla ha decidido dar tregua en algunos parajes.
Y a unos 70 km de Lisboa, la villa medieval de Óbidos asoma a lo lejos deshaciéndose de la bruma, exhibiendo con orgullo su acueducto y el castillo, las casas encaladas y las flores que las engalanan, y demostrando con su belleza por qué fue el regalo de bodas de todos los Reyes de Portugal a sus esposas desde que el rey D. Dionis  se la regalara a  D. Isabel de Aragón en 1282.

 "A Vila das Rainhas", la Villa de las Reinas en castellano, es coqueta, recogida. Adorna sus puertas y ventanas con ribetes y zócalos rojos, azules y amarillos. En las adoquinadas callejuelas los gatos sestean, y las brácteas que caen de las buganvillas acicalan en lugar de deslucir el empedrado. Todo el conjunto es hermoso y merecedor del título de Patrimonio de Portugal. La Rua Direita, la principal calle de la ciudad a la que se accede por una de las puertas de la muralla, está llena de pequeños establecimientos y detalles llenos de encanto, y lleva hasta una bella plaza con varias casas destacables, una fuente renacentista y la interesante Iglesia de Santa María. 


Con sol me la imagino vistosa y alegre; pero nublada dista mucho de aparecer triste y sombría.  La humedad que impregna los zócalos coloreados de las casas es la misma que embellece el empedrado con sus hierbecitas, que le da una pátina románticamente lánguida a los rincones, que proporciona una atmósfera  atlántica y suave al recorrido. En cualquier caso, la fotogenia de Óbidos no depende del clima.









Bébete la ginjinha y cómete el chocolate!! Salud!
Pero más allá de Óbidos quedan maravillas por ver, y tras una ginjinha, el típico licor de guindas que aquí se sirve en una tacita hecha con chocolate para placer doble del visitante, Óbidos queda atrás bajo una lluvia suave que cae blandamente sobre sus encantadoras callecitas libres de tráfico, sobre su imponente Castillo, sus Iglesias y su insólita librería instalada en una antigua iglesia. Óbidos, un bello regalo de bodas.


Nazaré
Un poco más al norte, a unos 100 km. de Lisboa, existe un lugar frente al océano con hermosas playas de largos arenales donde aún se pesca a la manera antigua.  Donde las mujeres venden su pescado en el paseo marítimo como en otros tiempos, y la playa se llena de paneles repletos de escuadrones de sardinas y jureles desafortunados secándose abiertos al sol.



Muchas mujeres, no solamente las vendedoras, visten con la indumentaria típica caracterizada por las siete faldas superpuestas, el pañuelo, y la toquilla cuando refresca.  Es una imagen de otro tiempo que se mezcla con la de los surfistas, que cada vez más acuden a este rincón de Portugal en el que se produce una de las olas más grandes del mundo.

La curiosa mezcla de turismo y tradición se hermanan en esta localidad que desprende belleza en tres zonas diferenciadas: Praia, Sitio y Pederneira.


Praia, la zona costera, es muy animada. Sus casas encaladas, el mercado, el Paseo marítimo, se apiñan delante de una playa extensa, ancha y limpia, en la que descansan las bonitas barcas tradicionales de colores y los paneles de"peixe" seco. La enorme playa se abre a ese Atlántico bravío que hace las delicias de los aficionados al oleaje y que provee de las delicias de pescado y marisco a los numerosos restaurantes que se prodigan en el paseo.  




Praia de Nazaré.
Al fondo en el acantilado, el Fuerte de San Miguel , un lugar privilegiado para ver las olas gigantes de Nazaré.
Es muy agradable pasear por Praia, pero para verla en todo su esplendor lo mejor es acercarse a los miradores de sus zonas altas, Sitio y Pederneira, dos cascos urbanos situados sobre los acantilados que protegen la playa.
Pederneira, la cuna de la ciudad, también tiene tesoros, como el antiguo Ayuntamiento, la Iglesia de la Misericordia o el mirador del mismo nombre desde donde hoy imaginar los preciosos atardeceres de los días soleados.

Farol de Nazaré en el Fuerte de San Miguel, extraordinario lugar para ver las olas que pueden llegar a los 30 m. (Enlace clicando la foto)

Al mirador de Suberco, en la parte alta de la ciudad llamada Sitio, se puede acceder en coche o por medio del funicular que asciende, casi vertical con un desnivel de 42 grados, los 110 metros sobre el nivel del mar en que se halla el espectacular observatorio. 
La vista de la parte baja de Nazaré y de la inmensa playa, compensa sobradamente el fuerte viento que se enseñorea a menudo del lugar, y contra el que tiene que luchar el visitante para llegar al Fuerte de Sao Miguel, desde donde se contemplan las olas gigantes que han dado tanta fama a la Praia de Norte de Nazaré desde que en 2011 el surfista hawaiano Garret McNamara surfeó con éxito una ola de 20 metros.
Cerca del acceso al Fuerte se halla esta curiosa estatua de un venado surfista
obra de la escultora Adalia Alberto,
 recuerdo de la leyenda de Nazaré 

y homenaje a los valientes que se aventuran entre las olas.

En Sitio, en una bonita plaza, se halla también el Santuario de Nossa Senhora de Nazaré. Son muchos los visitantes, ya que es un lugar de peregrinación en Portugal solo superado por Fátima.  Cuenta la leyenda que el noble D. Fuas intentaba cazar un venado al lado del acantilado cuando una espesa niebla puso en peligro su vida. Sin embargo la Virgen detuvo su caballo y el noble no cayó por el precipicio.  En agradecimiento hizo construir una ermita en memoria de la Virgen que dio posteriormente origen al Santuario.

Praia de Norte.  Hoy no hay olas gigantes, qué pena!




En noviembre empieza la temporada de olas gigantes y a Nazaré acuden surfers de todo el mundo dispuestos a vérselas con olas de más de 20 metros, producto del Cañón de Nazaré, el mayor desfiladero submarino de Europa. 






No pudimos ver las olas gigantes... pero no se nos llevó el viento.
Algo es algo.
Antes l@s niñ@s de Nazaré eran aleccionados para respetar a las olas y evitarlas. Ahora los niños y niñas de Nazaré ven desfilar surfers extremos envueltos en sus neoprenos, como nuevos héroes y heroínas, que lejos de evitarlas se enfrentan a ellas, reciben miles de visitas en los vídeos de sus proezas y graban nombres y hazañas en la Liga Mundial de Surf y en el Fuerte de San Miguel. 
Los tiempos cambian y Nazaré se adapta, salva sus tradiciones pesqueras con un museo vivo en la playa, conserva sus casitas de pescadores encaladas y sus tradicionales vestimentas a la vez que acoge turismo y surferos extremos.
Nazaré mezcla lo antiguo y lo nuevo con tranquila sabiduría portuguesa.
No os la perdáis.



sábado, 16 de noviembre de 2019

UN POUCO AO NORTE DE LISBOA

Palaço da Pena, Sintra

Neblina, calima, bruma, vaharina, boira, fosca, calígine... Niebla.  
La niebla transmite su misteriosa belleza a las palabras que la nombran, y su enigmático encanto a los lugares donde habita.




Había una vez un poco al norte de Lisboa un precioso y romántico Palacio portugués lleno de arcos de herradura moriscos y almenas de colores, de mezcla de estilos y referencias mitológicas y religiosas. Estaba construido sobre una peña, una pena en portugués, por lo que le llamaron Palacio da Pena.
A su alrededor se extendía un parque lleno de pabellones a cual más hermoso, de cascadas y lagos, de frondosos jardines con miles de especies de todo el mundo, de fuentes e invernaderos, de miradores, caballerizas y helechos. 
Pero sus colores eras tan vivos y brillantes y su belleza era tal, que todas las meigas del bosque envidiaban su atractivo. Y en una reunión nocturna, las hechiceras detuvieron en la montaña la humedad que venía del cercano océano y sumieron al Palacio en un mar de niebla, para que así quedara su belleza escondida entre la bruma y no se acercaran más visitantes al reclamo de su encanto.




Así pues, los paseantes comenzaron a parecer fantasmas, y las cúpulas  acebolladas del palacio, un sueño fantasmagórico. Los elfos no encontraban el camino, y las princesas salían a su terraza pero no podían ver la  hermosa Sierra de Sintra desde su atalaya.


Sin embargo,las meigas no habían contado con la melancolía, ni con que esa melancolía le sentara tan bien al paraje.  Ni contaron tampoco con el romanticismo de miles de melancólicos del mundo que continuaron visitándolo, que decidieron ser sombras fantasmales en esos bosques, disfrutar de esa névoa portuguesa enredada entre las ramas de los árboles y entre las almenas; que determinaron acercarse hasta casi tocar los perfiles brumosos del palacio para descubrir sus colores y su belleza. 


No contaron tampoco con que los tiempos cambiarían, y con que las princesas no se quedarían en la atalaya para ver la sierra, sino que llevarían su tuktuk por los caminos para verla.


Y así siguieron las cosas, hasta que un día de niebla densa, corría el año 1995, el mago Unesco reconoció la belleza sin igual del Palacio y le otorgó un título ajeno a la climatología, el de Patrimonio de la Humanidad, que compensó el hechizo nebuloso de las brujas otorgándole al Palacio unos cuantos días de sol y colores brillantes.
Dicen que las meigas tuvieron que conformarse, pero siguen intentando desviar a los caminantes que se aventuran en los bosques de Palacio los días de niebla.  Cosa que consiguen muchas veces, esa es la verdad.


jueves, 14 de noviembre de 2019

UM POUCO DE LISBOA


La Lisboa atlántica despereza entre la bruma su acurrucado cuerpo de colinas, se despierta con un viento repentino y una lluvia insistente que adhiere las hojas del otoño lisboeta a los cristales y a las teselas del pavimento, y la viste todavía más de fado, de nostalgia portuaria, de palacios decadentes, de humedales en fachadas, de acentos africanos sonando entre los colores desvaídos todavía por la neblina.



La bella Lisboa se viste de sol y de nubes, de lluvia y de viento, y pone en marcha sus románticos tranvías y elevadores, para aligerarnos los pasos en cuesta y llevarnos hasta lo alto de sus colinas. Y desde allí presumir de toda esa belleza de tejados rojos que se extiende hasta aquel Tajo que parece un mar.  



Los diferentes barrios de Lisboa se visten con el encanto que caracteriza a cada uno de ellos: de azulejos La Baixa; de elegancia y olor a café, Chiado; de nostalgia de fados el Barrio Alto; de cuestas llenas de ropa tendida, Alfama, de grafitis Mouraira, de diversidad, Intendente. Todos se amontonan, arremolinando sus fachadas pintadas o cubiertas de bonitos azulejos lisboetas, y estrechan, empinan, o ensanchan sus calles en plazoletas llenas de los colores del otoño.


De vez en cuando asoma uno de los preciosos letreros y reclamos de la Lisboa antigua. Aunque están desapareciendo, todavía se pueden encontrar joyas de ese maravilloso patrimonio, como la del Restaurante Solmar, un clásico de los años 50, hoy cerrado.  




Los paraguas se abren y se cierran, y el sol y la lluvia pintan con una paleta inestable nuestro paseo. Pero no importa la lluvia cuando la ciudad ofrece refugios como La Casa do Alentejo o el Café A Brasileira, o las preciosas y tentadoras confeitarias, llenas de pecados dulces, o los restaurantes de generosas raciones y exquisitos vinos.













Hace 40 años, cuando visité Lisboa por primera vez, el país estrenaba democracia, y los claveles de su pacífica revolución habían acabado con una dictadura de 48 años e inyectaban aires de libertad. Las bolas de espejos discotequeras comenzaban a llenarlo todo de arcos iris, el icónico Puente 25 de abril comunicaba las dos orillas del Tajo emulando al de San Francisco, y el progreso y el futuro se abría paso entre la ternura de aquella Lisboa un poco gris que aparcaba los coches en la bonita Plaza del Comercio y evitaba la canalla zona del puerto. 




La segunda visita fue hace 13 años, un viaje infantil y divertido.  Un viaje de Oceanario, de entretenimiento de elevadores y tranvías, de fotos en funiculares; de sardinas a la brasa en Largo de Graça y pasteles en Belém, de fotos infantiles con atildados soldados de guardia,... y de alguna que otra ginjinha para los adultos, no lo voy a negar. Lisboa lucía igual de bella que en mis recuerdos, pero renovada, atractiva para chicos y grandes, alegre y brillante, presumiendo del rico patrimonio ganado al gris que yo recordaba. 

Oceanario de Lisboa, 2006

Lisboa, 2006

Elevador de Santa Justa, 2006



Y con todo ese bagaje de recuerdos lisboetas he vuelto a la ciudad. La inestabilidad atmosférica me ha evocado mis dos viajes anteriores, invocando la lluvia y la niebla la melancolía de aquella ciudad que conocí en los 70, y resaltando el sol la alegría de la segunda visita, evidenciando los cambios, los colores, los cuidados y el esmero del que ha sido objeto durante los años que han pasado. 

















Me gusta Lisboa.  Siempre me ha gustado. Con sus contrastes de brillante pintura y fachada desconchada, con su dulce acento lleno de eses y de us, sus barrios auténticos y sus zonas chic, los fados que lloran por las colinas, los cielos cambiantes y ese Tajo que parece un mar.
Dos citas para acabar que quizá expliquen mi gusto y amor por lo portugués, por Lisboa, por Portugal: 
“Somos tiernos y poco intensos, al contrario que los españoles -nuestros absolutos contrarios- que son apasionados y fríos”, apuntaba el poeta Fernando Pessoa.
"La nostalgia es tan natural para nosotros como respirar" escribieron Pedro Marta Santos y Luís Alegre.
No sé si para mí es tan natural, pero sí tan necesaria como respirar.  Y Portugal, y Lisboa,  es un disparo de nostalgia directo al corazón.

Muito obrigada, Lisboa!