viernes, 26 de abril de 2019

MOSTAR Y LAS CASCADAS DE KRAVIKA

La Mezquita Koski Mehmed Pasha desde el famoso Puente de Mostar
Tenemos por delante un largo día de excursión desde Split. Queremos visitar Mostar, y detenernos antes en las cascadas de Kravica, ya en Bosnia-Herzegovina.
Tras un rato por autopista, tomamos una carretera más lenta hasta llegar al control fronterizo.  El conductor recoge nuestros pasaportes, -es conveniente para viajar por Bosnia llevar dos documentos identificativos que tengan vigencia durante 90 días desde la fecha de entrada- y tras un corto trámite seguimos nuestro viaje.  Luego me he enterado de que si lo pides, te sellan el pasaporte.  ¡Lástima, siempre hacen ilusión los sellos!



Llegamos a un enclave fantástico, lleno de vegetación, en donde el rumor del agua te recibe y se va haciendo más fuerte conforme te acercas.  
Son las Cascadas de Kravica, una maravilla natural en el curso del Río Trevizat, que conforman un paraje increíble al que se accede bajando por un camino hasta llegar a una laguna de aguas cristalinas, bajo las cascadas de casi 30 metros.




En verano, los visitantes se bañan en las transparentes y frescas aguas de la laguna, y deben agradecer el baño y las sombras en esta zona que alcanza altas temperaturas, pero ahora en primavera todavía el agua está demasiado fría.


Los verdes y azules inundan las retinas, el ruido del agua es poderoso, y todo el paraje está lleno de pequeñisimas gotas de agua que multiplican los arcoiris. Las Cataratas de Kravika son un magnífico ejemplo de los bellísimos paisajes naturales de este país balcánico, que junto con las ciudades de Sarajevo y Mostar representan algunos de los hermosos reclamos de esta Bosnia-Herzegovina que lucha por recuperarse de una guerra que la asoló hace 27 años.
Continuamos nuestro viaje hacia Mostar, la quinta ciudad del país y la más importante de Herzegovina, situada en el curso del río Neretva.  Por el camino recuerdo carteles indicando rutas del vino por la zona y viñedos a ambos lados.  Se están recuperando tradiciones vinícolas centenarias cultivando Zilavka para el vino blanco y Blatina para el tinto, las variedades de uva autóctonas.

Ciudad Vieja de Mostar
Llegamos  a Mostar y aparcamos en la parte nueva de la ciudad, justo enfrente del Campanario de la Paz, construido al lado de la Iglesia católica franciscana de San Pedro y San Pablo. Esta construcción tiene una altura de 107 m y sobresale por encima de los minaretes y resto de edificios de la ciudad. El Campanario, convertido en otra atracción desde la que se puede observar la ciudad a 75 m de altura, está dedicado a la Paz y alberga galerías y espacios dedicados a ella. Fue idea de los franciscanos de Mostar para promover la paz y la reconciliación entre los bosníacos musulmanes y los bosnios croatas católicos después del conflicto.   
Mi particular y humilde interpretación de la torre, independientemente de mi valoración estética de la misma que obviaré-, es que no hacía falta que fuera tan alta y que sobrepasara todos los lugares de culto musulmanes si era precisamente la reconciliación lo que se quería.  Pero bueno, es solo mi opinión.

Campanario de la Paz
Nos dirigimos hacia la Ciudad Vieja o Stari Grad de Mostar.  Nosotros, y toda una multitud, que invade o ya ha invadido la calle principal de la Ciudad Vieja y el Stari Most, el mundialmente conocido Puente de Mostar, símbolo en su día de la unión entre culturas y posteriormente recuerdo de la destrucción de la guerra.
Haciendo un decidido ejercicio de imaginación, borro mentalmente la cantidad de turistas que atestamos el recorrido, y descubro entonces una serie de bonitas calles de piedra con evidentes influencias islámicas, en la que las tiendas de souvenirs del Bazar de Kujundziluk  ofrecen todos los clásicos de los bazares orientales, y los minaretes de las mezquitas se recortan en el cielo azul de Mostar.
Es una pena no quedarse más tiempo aquí, cuando las calles se vacíen realmente y la calma y el muezín llenen los rincones de la Ciudad Vieja. Porque seguro que es precioso. 





Llegamos al Puente: el símbolo, el centro de todas las miradas, la foto de Mostar, el icono de la ciudad e incluso del país. El puente que era un símbolo de convivencia multiétnica y que, como su país, quedó atrapado entre los dos ejércitos más potentes de la desmembrada Yugoslavia: primero el serbio y después el croata. El puente que fue derribado por los tanques croatas desde la colina Cekrk a pesar de la resistencia que le dotaba su curvatura, una verdadera obra de la ingeniería otomana del siglo XVI, reconstruida en el XXI también por una empresa turca.
Un puente reconstruido con las mismas piedras que cayeron al río cuando su destrucción y que en contacto con el agua, y debido al mortero que las aglutinaba, tiñeron de rojo las aguas del río, en una alegoría química de la sangre vertida durante la guerra.



Ahora los únicos disparos son los de las cámaras de los turistas que, todo hay que decirlo, lo atraviesan con dificultad dadas las resbaladizas piedras de su pavimento. Buscan el mejor encuadre, la mejor perspectiva del bello paisaje de la ciudad desde el puente, la mejor foto de los saltadores...
Porque hay jóvenes que se buscan la vida en el puente.  Cuando hay suficiente público y el gorro que pasa el chico que se pasea en bañador por el alféizar del puente está razonablemente lleno de monedas, su compañero se pone el neopreno y pidiendo una salva de animosos aplausos se lanza a las frías aguas del Neretva desde 28 metros de altura, en un salto controlado, pero no exento de riesgos habida cuenta de los moratones y rozaduras que luce en piernas y pies. 







Tras el espectáculo del salto seguimos por la calle principal de la Ciudad Vieja. Los bajos de las casas otomanas siguen llenos de brillos orientales y parece que va disminuyendo un poco el gentío. 


Al lado del río hay restaurantes que ofrecen el típico cevapi bosnio, cerveza y vino fresco además de unas preciosas vistas y una benefactora sombra. Y en uno de ellos nos sentamos a comer, con un simpático camarero que nos atiende de maravilla.

El Cevapi, plato típico bosniano: carne a la parrilla picada
y servida dentro de un pan plano.
Unas Mostarsko pivo, por favor

Cuando nos levantamos, el saltador ha conseguido reunir otra vez un buen público para el siguiente show, y vuelve a caer en caída libre sobre el Neretva.  Todo el mundo contiene la respiración hasta que lo ve aparecer entre la espuma del impacto. 

Al oeste del río siempre ha estado la zona habitada mayoritariamente por los croatas católicos y en la parte este, los bosnios musulmanes.  Sin embargo antes de la guerra, esta división no impedía la convivencia, e incluso había matrimonios entre católicos y musulmanes.



Pero la guerra lo cambió todo, y las heridas de luchar con tus vecinos no se cierran fácilmente. Miro a la gente y pienso que todos los mayores de 27 años han tenido aquí que sobrevivir a situaciones espantosas, vivir con experiencias terribles, y coexistir después seguramente con sus enemigos. Ha de ser muy duro sobrellevar un país en ruinas, y además luchar por la superación del pasado personal y colectivo, y por la reconciliación.


Parte de su población atraviesa todavía difíciles circunstancias económicas y sociales, y en el país hay una enorme emigración buscando oportunidades. El índice de paro juvenil se sitúa en un 54,9% y existen colectivos, como el gitano, que registra un 95% de desempleo, agravado por el hecho de carecer de documentación personal que les impide tener acceso a servicios sociales.
No es fácil sobrevivir a una guerra, y Bosnia lo ha tenido y lo tiene mucho más difícil que las vecinas repúblicas que se independizaron de la extinta Yugoslavia. Aquí, otro enlace.
En Mostar, el tiempo no ha borrado del todo las heridas de la guerra.  Todavía se ven edificios derruidos y paredes con las huellas del conflicto. Ha habido juicios contra los genocidas, cierto.  Pero los vecinos están condenados a mirarse. 
Los miles de visitantes que recibe Mostar llegamos, vemos el esplendor de su puente...y nos vamos.  Sus habitantes se quedan con su memoria y con su día a día lejos de flashes.  Si las generaciones post-guerra que podrían ser la palanca real de reconciliación se ven abocadas a la emigración...¿qué se hace con el sitio que ocupa todavía el rencor?  

Ha sido muy corta la visita a Mostar.  La ciudad merecía más tiempo, y Bosnia-Herzegovina  también. En un principio pensé que Mostar me había decepcionado.  Pero no era eso.  Lo que me decepcionó fue el poco tiempo que estuve, la visita de médico que le hice, la única postal que me llevé. 


Es probable que vuelva a Bosnia-Herzegovina.  Y no como extensión de un viaje a Croacia.  
Por ella misma.
Encantada de conocerte!
Drago mi je!

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